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Frankl, Viktor E. |
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El encuentro de la Psicología Individual con la Logoterapia |
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Capitolo IX del: Logoterapia y analisis existencial. (Textos de cinco decadas).
Editorial Herder, Barcelona 1990-2003, p. 235 - 273 |
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Bien entenderán Uds. si este «encuentro de la psicología Individual con la logoterapia» me vuelve un poco sentimental, lado que ya hace nada menos que 56 años que tuve que presentar una de las ponencias principales en el Tercer Congreso Internacional de Psicología Individual que tuvo lugar en Düsseldorf (1926) -entre el Congreso de Düsseldorf y este Congreso hay una distancia de 56 años y 12 Congresos-.
Entretanto, surgió la logoterapia -también ésta ya tiene tras de sí dos Congresos Internacionales-; también la psicología individual se ha ido desarrollando.
La bifurcación entre estos dos movimientos comenzó a más tardar en Düsseldorf, donde se presentó mi ponencia bajo el título Die Neurose als Ausdruck und Mittel. En su marco expresé mis dudas contra el carácter exclusivo de arrangement de los síntomas neuróticos, un objetivo que me parece actual tanto antes como ahora, visto que todavía hoy un psicólogo individual tan representativo como Michael Titze (Lebensziel und Lebensstil, Munich 1979, p. 194) cree poder decir que «los adlerianos entienden los síntomas neuróticos siempre como arrangements» (el subrayado no aparece en el original). Frente a esto yo opinaba que la neurosis muy bien puede ser también expresión «in-media-ta» y que en general se convierte en un medio para un fin -neurótico- sólo en un segundo momento y se pone al servicio -de la neurosis-. Entre los clásicos de la psicología individual fué Erwin Wexberg quien, en su Individualpsychologie. Eine systematische Darstellung, citó de manera positiva mi opinión a este respecto. Permítanme mencionar en este contexto que también fue él con quien realicé el examen oficial en psicologia individual, desgraciadamente ya no tengo en mi poder el diploma, puesto que durante la guerra cayó en manos de la Gestapo (así como una docena de historias clínicas escritas de puño y letra de Sigmund Freud y mi correspondencia con él).
Tal como se puede ver, cuando se habla del encuentro de la psicología individual con la logoterapia, en realidad se trata de un reencuentro. Pero de hecho el encuentro origirio lo había tenido lugar mucho antes todavía. En los primeros años de la década de los veinte había visto a Alfred Adler en la Universidad popular de la Zirkusgasse y posteriormente le encuché también -como uno de sus oyentes- y yo mismo, más tarde, llegué a ser profesor allí -junto con Wexberg- y daba clase (como el primero que lo hacía en una Universidad popular de Viena) de psicohigiene.
Sin embargo, en los primeros años de la década de los veinte dominaba en la librería de la mencionada Universidad popular un pronunciado clima de club. Lilli Perlberg, quien perdió la vida tan trágicamente en el campo de concentración de Theresienstadt (le he erigido un modesto monumento en mi libro sobre el campo de concentración [8]), dirigía la librería y se rodeaba de un círculo de jóvenes intelectuales en el que también encontré por primera vez a Manès Sperber.
El «club» de los psicólogos individuales propiamente dicho en el que fui introducido más tarde, tenía su sede, sin embargo, en el famoso Café Siller, en que todas las noches Adler dictaba cátedra, en el verano con una porción del famoso helado de chocolate que él, antes de comerlo, removía durante tanto tiempo que se deshacía completamente, y de vez en cuando se nos permitía seguirle al local del club en el primer piso donde podíamos escuchar cómo tocaba el piano y cómo de vez en cuando incluso cantaba.
Todavía no me había librado del encantamiento del psicoanálisis. En 1924, a petición de Freud, un artículo mío fue publicado en su «Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse» (4). Debe haber sido por este tiempo cuando me invitó a hablar sobre las modalidades de un ingreso eventual en la Sociedad Psicoanalítica con el entonces secretario de la Asociación, Ernst Federn. Esta conversación fue para mí una experiencia clave. En ese momento se me cayó la venda de los ojos. En cualquier caso se me pasaron las ganas hasta de solicitar la calidad de miembro.
Me volví tanto más curioso y abierto respecto a la psicología individual. Hugo Lukacs me invitó como asistente a sus despachos de asesoramiento educativo, uno de los cuales se encontraba en la Cámara de los Trabajadores. Después me presentó a Alfred Adler -en el Café Siller (dónde si no)-, y éste aceptó sin titubear el manuscrito de mi artículo Psychotherapie und Weltanschauung, que luego apareçió sorprendentemente pronto en su «Internationale Zeitschrift für Individualpsychologie» -¡sólo un año después de mi publicación psicoanalítica! (5)-. Tengo que decir: un «incubador rápido» ...
Expresándolo menos en al argot físico y más en el argot biológico se podría decir' que en mí se ha confirmado la «ley fundamental biogenética» de Ernst Haeckel, según la cual la ontogénesis se puede entender como una repetición abreviada de la filogénesis. Realmente se refleja en la historia personal de mi vida el desarrollo histórico de la psicoterapia clásica.
Ahora bien, he partido del hecho de que yo -ya en medio de mi fase de desarrollo dentro de la psicología individual-había «expresado mis dudas» respecto a la teoría de las neurosis de Adler, que apuntaban a una limitación de su validez. Esto fue en 1926. En 1927 defendí, además, una ampliación del ideario de la psicología individual, y esto en un sentido referido a los principios o -permítaseme decir enseguida- en un sentido dimensional. Me parecía que hasta entonces la psicología individual no había resistida completamente a la tentación del psicologismo, o sea, a una forma de reduccionismo y el reduccionismo, en mi opinión, desemboca en un descuido de la estructura multidimensional de la existencia humana. Por el contrario, se desencadenan resultados de investigación científica que se contradicen entre sí, tan pronto como comprendemos que sus contradicciones se atribuyen a proyecciones, proyecciones de una dimensión superior a una dimensión inferior.
Atengámonos al ejemplo de los conceptos del psicoanálisis, por un lado, y de la psicología individual, por el otro, acerca del hombre y que son tan contradictorios entre sí y simbolicémoslos bajo la forma de figuras de un libro abierto,
Figura 10
entonces tenemos que ver en la página izquierda, digamos, con un cuadrado y en la página derecha, digamos, con un círculo. Como se sabe no existe una «cuadratura del círculo» y las dos figuras son, de alguna forma inconmensurables, se contradicen entre sí. Sin embargo, se contradicen sólo mientras las consideremos dentro del plano horizontal (bidimensional) y mientras no entremos en el plano inmediatamente superior del espacio (tridimensional). Para este fin sólo necesitamos levantar la página izquierda, ponerla de forma vertical e imaginarnos que por lo que se refiere a las figuras se trata, para cada una, de una proyección (bidimensional) de un cilindro (tridimensional) proyectado desde un espacio (tridimensional) en un plano (bidimensional), en una palabra, que se trata del plano horizontal y del plano vertical del cilindro.
Lo mismo acontece con las cóntradicciones entre los en ceptos de hombre. Sólo tenemos que trascenderlas a la dimension Sión inmediatamente superior y percibimos que las contradicciones no contradicen en modo alguno la homogeneidad del hombre, tan pronto como las consideramos como simples proyecciones, lo cual en ese mismo momento quiere decir que esta misma homogeneidad del hombre -¡y junto a ella taut bién toda su humanidad!- sólo puede aparecer precisamente, en la dimensión inmediatamente superior, y esa dimensión es sencillamente la dimensión específicamente humana, la dimensión de los fenómenos específicamente humanos.
Por desgracia, no «hicieron caso» a mi reivindicación de incluir en las bases antropológicas de la psicología individual esta dimensión como una dimensión sui generis, siendo plena mente consciente de los métodos. Es más, cuando Rudolf Allers (en cuyo laboratorio de fisiología sensitiva trabajaba experimentalmente) y Oswald Schwarz (que había escrito el prólogo para un libro mío -que no llegó a publicarse-s,) en 1927 en el marco de unas charlas anunciaron su abandono de la Sociedad de los Psicólogos Individuales y cuando yo, invitado por Adler expressis verbis, tomé la palabra como primer participante en la discusión, para exponer también mis reservas y para resaltar expresamente que no veía ningún motivo para abandonar a mi vez la Asociación, no tuve la gracia de convencer a Adler. Más bien, fue él quien tomó las medidas oportunas para sugerirme repetidas veces el abandono y, como no hice caso a esta insinuación, fui excluido.
Adler debía tener sus razones para insistir en mi exclusión. Lo digo sólo porque críticos bien intencionados de la logoterapia continuamente dicen que a lo más es psicología individual y me preguntan para qué sirve entonces un nombre específico. Pues por lo que se refiere a la identidad o sólo a la compatibilidad de las orientaciones fue seguramente Adler quien pronunció el juicio más competente. Yo mismo no me coloco de ningún modo al mismo nivel que Freud y Adler -la expresión «tercera orientación vienesa de la psicoterapia» no procede de mí sino de Wolfgang Soucek (17)-; yo he presentado siempre la logoterapia como un complemento de la psicoterapia y no como un sustituto y el neologismo lo he acuñado sólo para no tener que hablar en primera persona y para poner obstáculos a que mis alumnos diesen culto a mi persona.
Para mí la exclusión fue un duro golpe; en el «homenaje» con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Adler solicitado por Heinz Ansbacher para su «International Journal of Individual Psychology» escribí todavía (11): «Quien lo conoció tuvo que amarlo como persona y quien trabajó con él tuvo que admirarlo como científico, pues la psicología individual significa un giro copernicano. Es más que esto: Adler es un precursor de la psiquiatría existencial.» Por consiguiente, nunca renegué del cordón umbilical que, antes como ahora, me une a la psicología individual.
Incluso permití que se publicara por cierto tiempo la revista de psicología individual «Der Mensch im Alltag» de la que había sido director durante un año y mi «amor» a Adler me fue compensado por amigos de su círculo que me siguieron siendo «fieles», especialmente Alexandra Adler y Alexander Neuer. Y de este mismo círculo se declararon dispuestos a colaborar en los centros de asesoramiento a la juventud, que me había decidido a fundar posteriormente, Lukacs, Wexberg, Rudolf Dreikurs, Ida Löwy y Hilde Krampflitschek así como otros que no procedían del círculo de la psicología individual: el conocido freudiano August Aichhorn y Charlotte Bühler.
Después de estos preliminares más bien autobiográficos quisiera también dar la palabra a la crítica meritoria de la psicología individual, no sin antes repetir la primera frase de mi primer libro Ärztliche Seelsorge (7) que escribí en 1941 y publiqué en 1946, a saber, que no podemos hablar de psicoterapia sin partir de Freud y de Adler. Y también en el primer párrafo reivindico para mí -repitiendo en un símil de Wilhelm Stekel- que incluso un enano que está en los hombros de un gigante puede ver un poco más lejos... Y luego paso a probar que el psicoanálisis y la psicología individua individual no sólo se complementan mutuamente: la psicología individual significa un progreso. Y, sin embargo, en su comprensión del hombre, ella todavía no incluye (o por lo menos no de forma clara) lo específico humano como tal, como algo específico, como una dimensión sui generis.
La logoterapia considera, sin embargo, como lo humanissimum, si puedo hablar así, la autotrascendencia radical y en especial su aspecto teórico motivacional, es decir, la orientación fundamental del hombre hacia el sentido. De ésta se ocupa la logoterapia como una psicoterapia centrada ex definitione en el sentido, por no decir ex nomine. Este su objetivo, «en tiempos como éstos» puede ser tanto más actual en la medida en que reina en las condiciones sociales actuales un «va-cío existencial», como lo llamamos los logoterapeutas, un vacío de sentido que sólo lo podemos atacar con la ayuda de una teoría del sentido, como la que existe bajo la forma de la logo-teoría (10) que hemos desarrollado. Se entiende por sí mismo que el vacío existencial no en todos los casos es patógeno, no cualquier neurosis es en este sentido «noógena», como nosotros la llamamos. Ni que decir tiene que no cualquier suicidio se debe atribuir a un sentimiento de carencia de sentido. Sin embargo, por muy poco que éste se haya realiza-do a partir de un sentimiento de carencia de sentido, la tendencia a él muy bien se habría podido superar posiblemente si el suicida en cuestión hubiera considerado como significativa la continuación de la vida.
El sentimiento de carencia de sentido por nosotros descrito hoy día toma la delantera, por lo que se refiere a su carácter patógeno, al sentimiento de inferioridad. Hay diez tests logoterapéuticos (9) con los que esto se puede probar de forma estrictamente empírica. Sin embargo, en última instancia resulta que -absolutamente contrario al sentimiento de carencia de sentido- incluso es propio de la vida un carácter incondicional de sentido, literalmente en todas las condiciones y en todas las circunstancias. Esta tesis )logoterapéutica es el resultado de un análisis fenomenológico de la «autocomprensión ontológica prerreflexiva» (10), como dice la logoterapia y también la apoyan y corroboran ampliamente no me-nos de veinte investigaciones estadísticas, miles de personas con las que se ha experimentado y cientos de miles de datos computerizados.
En la logoterapia entendemos, en general, por sentido el sentido concreto que una persona concreta -en virtud de su «voluntad de sentido»- es capaz de deducir de una situación concreta. Una capacidad, gracias a la que está capacitado para percibir, en el trasfondo de la realidad, una posibilidad de cambiar esta misma realidad o, por el contrario, si esto fuese realmente imposible, de cambiarse a sí mismo en la medida en que nosotros también podemos madurar, crecer, superarnos a nosotros mismos por un estado de sufrimiento cuya causa no se puede anular ni eliminar, de forma que la vida guarda su potencial carácter de sentido incluso in extremis e in ultimis.
Ahora preguntarán Uds.: ¿No es que también la psicología individual habla sin cesar de la meta de la vida y en qué consiste, pues, la diferencia entre meta de la vida y sentido de la vida? Con otras palabras: ¿En qué consiste la diferencia entre la finalidad de la que la psicología individual habla tanto, o sea, la aspiración a un fin, por un lado y la orientación de sentido como supone la logoterapia, por otro? Yo se lo puedo decir: la aspiración a un fin apunta a una meta intrapsíquica, mientras que el sentido trasciende al hombre. Con la autotrascendencia de la existencia humana se quiere expresar precisamente que ser hombre significa referirse a algo que no es de nuevo él mismo, a algo o a alguien, a una cosa a la que servimos o a una persona a la que amamos. De una u otra forma: ser hombre va más allá de sí mismo. Frente a esto, a Adler le resulta «claro que ser hombre significa poseer un sentimiento de inferioridad que continuamente impulsa a una superación» (1, p. 55), y a Robert F. Antoch le resulta igualmente claro que «el comportamiento humano sirve para 266el resultado de un análisis fenomenológico de la «autocomprensión ontológica prerreflexiva» (10), como dice la logoterapia y también la apoyan y corroboran ampliamente no me-nos de veinte investigaciones estadísticas, miles de personas con las que se ha experimentado y cientos de miles de datos computerizados.
En la logoterapia entendemos, en general, por sentido el sentido concreto que una persona concreta -en virtud de su «voluntad de sentido»- es capaz de deducir de una situación concreta. Una capacidad, gracias a la que está capacitado para percibir, en el trasfondo de la realidad, una posibilidad de cambiar esta misma realidad o, por el contrario, si esto fuese realmente imposible, de cambiarse a sí mismo en la medida en que nosotros también podemos madurar, crecer, superarnos a nosotros mismos por un estado de sufrimiento cuya causa no se puede anular ni eliminar, de forma que la vida guarda su potencial carácter de sentido incluso in extremis e in ultimis.
Ahora preguntarán Uds.: ¿No es que también la psicología individual habla sin cesar de la meta de la vida y en qué consiste, pues, la diferencia entre meta de la vida y sentido de la vida? Con otras palabras: ¿En qué consiste la diferencia entre la finalidad de la que la psicología individual habla tanto, o sea, la aspiración a un fin, por un lado y la orientación de sentido como supone la logoterapia, por otro? Yo se lo puedo decir: la aspiración a un fin apunta a una meta intrapsíquica, mientras que el sentido trasciende al hombre. Con la autotrascendencia de la existencia humana se quiere expresar precisamente que ser hombre significa referirse a algo que no es de nuevo él mismo, a algo o a alguien, a una cosa a la que servimos o a una persona a la que amamos. De una u otra forma: ser hombre va más allá de sí mismo. Frente a esto, a Adler le resulta «claro que ser hombre significa poseer un sentimiento de inferioridad que continuamente impulsa a una superación» (1, p. 55), y a Robert F. Antoch le resulta igualmente claro que «el comportamiento humano sirve para el mantenimiento firme del sentimiento de la autoestima de la persona que actúa» (2, p. 202); pero con la mejor voluntad, en la superación de mi propio sentimiento de inferioridad y en el mantenimiento firme de mi propio sentimiento de autoestima no puedo ver nada que sea capaz de dar un sentido a mi vida que me supere a mí mismo.
En su prólogo al libro de Adler Der Sinn des Lebens, Wolfgang Metzger señala también que esta deficiencia de la psicología individual por lo que se refiere a la autotrascendencia de la existencia humana es también percibida por Fritz Künkel, así como también por el mismo Adler y fue también superada en su origen, ya en 1928. Concretamente se habla allí de «objetividad», a saber, en el sentido de «autoolvido». De hecho, suelo ejemplificar la autotrascendencia con el ojo cuya capacidad de ver tiene como presupuesto el hecho de que no se puede ver a sí mismo sino que se ve forzado a prescindir de sí mismo, de la misma forma el hombre es hombre completo y es él mismo totalmente, en la medida en que él -entregándose a una tarea o un congénere- pasa y se olvida de sí mismo. Frente a esto, todas las habladurías psicológico-pseudohumanistas de la autorrealización conducen a una rotunda mistificación: la autorrealización no se puede intentar por un camino directo sino que se produce siempre sólo como un efecto secundario no intencionado de la autotrascendencia y les puedo confesar que Abraham Maslow (15). en sus últimas publicaciones ha confirmado esta afirmación mía: «Mi experiencia está de acuerdo con la de Frankl en que cuando se busca, directamente la autoactualización ... de hecho no se consigue ... Estoy plenamente de acuerdo con Frankl en que lo que primariamente concierne al hombre es su voluntad de sentido» («Journal of Humanistic Psychology» 107-112 [1966]).
Ahora bien, como hemos dicho, no todas las neurosis son noógenas. En sí la neurosis es más bien psicógena y existen, como yo mismo pude probar, incluso neurosis somatógenas; sin embargo, en el marco de la logoterapia se han desarrollado métodos de tratamiento para la neurosis no noógenas, u saber, la técnica de la derreflexión y la de la intención paradójica. Esta última ya la he practicado en 1929 -o sea, incluso antes de la negative practice de K. Dunlap- y, después en 1939 (6), la publiqué por primera vez, pero sólo en 1947 la publiqué suo nomine (9). En grandes líneas naturalmente ya hubo antes cosas de este tipo; pero he hecho justicia a todos los precursores, citándolos (9, p. 155s), en la medida en quo iba teniendo noticia de ellos: Hans von Hattingberg, Dreikurs y Wexberg. Sólo que Uds. no deben olvidar una cosa: Si Uds. sacan una foto de la Karlskirche y luego se la muestran a un colega y éste saca del bolsillo otra foto de la Karlskirche, no sospechará que le haya robado la película, sino que es de su-poner que los dos han sacado fotos de la misma iglesia. De esta forma muchos investigadores, absolutamente independientes unos de otros, han descubierto métodos de tratamiento que se parecen entre sí. Por lo que ahora se refiere en especial a la intención paradójica, la logoterapia reivindica de todas formas solamente el haber transformado esta técnica en un método y además el haberla integrado en un sistema. El principio en el que se basa es un coping mechanism, que como tal está a la disposición de cualquier persona. Como pudieron probar I. Hand, Y. Lamontagne y I.M. Marks (13) sus mismos pacientes a veces llegan a descubrir el truco e «inventan de nuevo la intención paradójica». ¿Dónde llegaríamos, en suma, si en la búsqueda de prioridades quisiéramos aventurarnos en un regressus in infinitum? Entonces, tampoco deberíamos a la psicología individual el concepto de carácter de arrangement de la neurosis; tres milenios antes de ésta dice en la Biblia (Proverbios 22,13): «El perezoso dice: Un león está en el camino y en medio de las calles podría ser asesinado.» Como ven, ya en los tiempos bíblicos se comprendían las agorafobias como ábilis.
Mientras tanto, la eficacia de la intención paradójica ha sido confirmada desde hace mucho tiempo por la teoría del aprendizaje y por la terapia conductista y además L. Solyom y otros autores (16) y L.M. Ascher y otros autores (3) han podido someter a prueba esta eficiencia incluso de forma experimental -este último también con ayuda de experimentos controlados-.
Sólo que les invito a tener en cuenta una cosa. Si antes se hablaba de «métodos parecidos entre sí», es importante asegurarse en cada caso de lo que se pretende decir cuando se habla de intención paradójica. Cuando Paul Watzlawick, muy estimado por mí, pronunció una conferencia en Viena habló al principio de que él, cuando llega desde Palo Alto a Viena, a la ciudad de nacimiento de la intención paradójica, propiamente lleva leña al monte. En realidad, llevó, si así puedo decir, carbón a Viena -aludo a la expresión inglesa equivalente que dice: to carry coal to Newcastle-. ¿Qué quiero decir con esto? El principio del double bind tiene sólo que ver externa y superficialmente con lo que está a la base de la intención paradójica. En cambio, el double bind es prácticamente lo mismo que Symptom prescription. Ambos animan al paciente a reforzar el síntoma, es decir, a tener todavía más miedo. En el marco de la intención paradójica, en cambio, no se «intenta paradójicamente» el mismo miedo sino el respectivo con-tenido y objeto del miedo, pues el mandato de la intención paradójica apunta lege artis a que el paciente se desee o pro-ponga lo que hasta el momento había temido tanto. En una palabra, no se «intenta paradójicamente» el miedo sino el de qué del miedo, y sobre todo es el mismo paciente quien lo hace con lo que ya se reduce el odium de la manipulación1 que es inherente a los demás métodos paradójicos que han pretendido, por así decir, escupir en la sopa a la neurosis del paciente, comprando al paciente el síntoma, por no decir, echándoselo a perder.
Me gustaría explicarles la diferencia entre la intención paradójica y el refuerzo del síntoma utilizando un ejemplo concreto que se encuentra en el «International Forum for Logotherapy». Mi alumno coreano, el profesor Byung-Hak Ko (14) describe allí un caso en el que a un paciente que sufría de miedo a la muerte no le recomendó tener más miedo, sino que formuló sus consejos de la manera siguiente: «Intente Ud. estar más perplejo, tener palpitaciones más frecuentes y estar más sofocado. Intente morir a la vista de todos. Juntos inventábamos las frases que el paciente tenía que decirse a sí mismo para intentar paradójicamente sonrojar, sudar, sofocarse, morir. Al cabo de poco tiempo vino alegremente a ver-me a mi despacho para informarme del éxito.» O sea que el paciente tenía que «intentar paradójicamente» todo el abanico de sus temores, desde palpitaciones hasta la muerte por asfixia; sin embargo, no se puede hablar de que 61 debía reforzar el mismo miedo a la muerte.
Comparen Uds. ahora el procedimiento del profesor Ko con una intervención que el profesor Leo E. Missine de la Universidad de Nebraska recomienda (no para una neurosis de angustia, sino) para una neurosis obsesiva: «Por ejemplo, a una persona que tiene la obsesión de lavar sus manos diez veces al día, se la invita a lavarlas treinta veces al día.» (Manuscrito no publicado) ¡La clásica Symptom prescription! Cómo se habría utilizado la intención paradójica en un caso parecido, lo pueden Uds. leer en mi libro Die Psychotherapie in der Praxis, en el «caso 19»: Elfriede G. había intentado quitarse la vida dos veces: tan torturadora era su neurosis obsesiva. Y por lo que se refiere en especial a su obsesión por lavarse «la paciente tenía que lavarse las manos cientos de ve-ces al día». El primer día de su estancia se le «anima para variar un poco a no temer a las bacterias, sino por el contrario a desear contagiarse: Hoy no hay bacterias suficientes que pueda coger, tenía que pensar; 'me quiero ensuciar tanto como sea posible; me parece que no hay ninguna cosa más simpática que las bacterias». A continuación se dirige a sus compañeras pacientes --había ingresado en mi Sección del Hospital- preguntándoles si no había nadie que le pudiese suministrar bacterias. «Quiero estar en contacto con ellas y conocerlas tanto como sea posible: nunca jamás me desharé de ellas lavándome: ¡dejaré vivir a los pobres bichitos!» A ninguno de nosotros médicos se nos hubiera pasado por la mente -en el sentido de Missine o para «reforzar» la obsesión de lavarse- aconsejar a la paciente no «lavarse las manos cientos de veces al día», sino miles de veces ...
Cuanto más distinguimos -por lo menos en casos de neurosis de angustia y obsesivas- entre la intención paradójica y symptom prescription, tanto más se puede sobrepujar eventualmente la eficiencia de nuestra técnica. No deja de ser interesante observar cómo, por ejemplo, Titze, en el caso de un paciente tratado por él, no puede registrar un éxito deslumbrante y sorprendente, instando al paciente a reforzar el síntoma -en el caso concreto (literalmente) de «tener el máximo miedo posible»-, sino sólo cuando induce a que el paciente «se proponga» aquello de lo que el paciente había tenido miedo intencionándolo paradójicamente: «llegar a tener sensaciones de vértigo lo más fuertes posibles y a perder la conciencia» o, en otro caso, decirse a sí mismo: «Ojalá tenga un colapso y me quede inconsciente tirado en la calle»; sólo entonces se consiguió éxito completo.
No resulta menos interesante leer otro pasaje de la auto-descripción de otro paciente de Titze que éste amablemente puso a mi disposición: «Si me digo que quiero tener miedo, me vencerá el sentimiento de miedo en ese mismo momento. (A saber, el paciente tenía miedo a vomitar en público.) Ahora me propongo devolver sobre la mesa y cuando estaba sentado a la mesa desaparecía el sentimiento de miedo y era ca-paz de comerme la ensalada de salchichas.»
Elisabeth Lukas dice en su trilogía que en toda la historia de la psicoterapia no existe ningún sistema que sea tan poco dogmático como la logoterapia. Quizá haya aportado mi contribución a esto cuando pronuncié en el Primer Congreso Mundial de Logoterapia (San Diego 1980) la conferencia inaugural con el título The Degurufication of Logotherapy (12). ¿Cómo iba a ser posible que la logoterapia se petrificara dogmáticamente? ¿Es que yo mismo no me he apartado a me-nudo de esta o aquella convicción? ¿No he sido yo mismo acaso quien continuamente he vuelto a defender que la logoterapia es un sistema abierto? «Abierto en dos direcciones: hacia su propia evolución y hacia la colaboración con otras escuelas.» La logoterapia no es un bazar oriental cuyo propietario aspira a colar con su facilidad de palabra una mercancía a sus clientes; la logoterapia más bien se debe comparar con un supermercado por el que vamos paseando para escoger, sin ser forzados, lo que podemos necesitar y no sólo lo que podemos necesitar nosotros mismos sino lo que pueden necesitar también las personas encomendadas a nosotros.
El hecho de que también la psicología individual -;la psicología individual moderna!- se haya vuelto poco dogmática, se lo expondrá el Sr. Titze en su comunicación. Así, pues, existe la esperanza de que el sentimiento de comunidad que desempeña un papel tan importante en la psicología individual adquiera una significación también entre las escuelas en una medida tal que el sentimiento de carencia de sentido que juega un papel tan importante en la logoterapia pueda ser superado por los psicólogos de la psicología individual y por los logoterapeutas en colaboración mutua. Muchas gracias.
Bibliografía
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W. Soucek, Die Existenzanalyse Frankls, die dritte Richtung der Wiener psychotherapeutischen Schule: «Deutsche Medizinische Wochenschrift» 73 (1948) 594.
1 Se podría objetar que incluso la intención paradójica procede de forma manipuladora, a saber, en la medida en que -¡aún por encima de forma confesada!- trabaja con un «truco». Esta objeción, sin embargo, no es convincente, pues en el caso de la intención paradójica el terapeuta no emplea el «truco» en contra del paciente, sino que el mismo paciente lo emplea en contra de la neurosis. Y el hecho de que, como recomiendo continuamente, se le haga comprensible al paciente el «mecanismo» del funcionamiento que está a la base de esta «técnica», contribuye a humanizar la intención paradójica -y u optimizar su eficiencia terapéutica, como pudo probar experimentalmente Ascher. Dicho con otras palabras, en el marco de la intención paradójica se «juega con las cartas descubiertas» y de este modo se elimina desde el principio el carácter manipulador, propio de diversas «estrategias» análogas. Especialmente, en oposición al método de tratamiento llamado «intervención paradójica», no es el terapeuta quien «interviene», sino que es el mismo paciente quien «intenta».
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